A la memoria de mi padre: José Berni Gómez q.e.p.d. El inició esta colección |
COLECCIONISTA DE VITOLAS DE PUROS Juan Alberto Berni González A.V.E. 1415 |
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LAS VITOLAS CHINCHALES |
Las ANILLAS chinchales en la vitolfÍlia.
Como el principal objetivo de este sitio web es hablar del coleccionismo de vitolas, antes de nada hablaremos de las anillas o vitolas chinchales, que modestas y poco vistosas, anillaban los cigarros puros salidos de aquellos primeros talleres tabaqueros artesanales.
En general, se trata de anillas de aspecto sencillo y colores poco brillantes, sin dorados ni relieves, normalmente con ausencia de motivo o temática central, poco vistosas en comparación con las espectaculares vitolas de las prestigiosas marcas de la edad dorada de la vitolfília (1890-1914) que, sin duda, todos admiramos. Sin embargo, detrás de la aparente sencillez de este tipo de anillas se esconde una verdadera joya vitolfílica por su antigüedad y rareza, pero sobre todo por su autenticidad.
A mi juicio, quizás guiado por mi pasión por estas anillas, son las vitolas que mejor representan al tabaco de cada país, a su tradición, a su historia y a su pueblo, constituyendo su verdadera identidad tabacalera. Aunque, sin duda, debieron existir talleres chinchales en muchos países, las anillas chinchales más importantes, numerosas y representativas son las de procedencia cubana, pues no es casualidad que allí nacieran y se desarrollaran con gran éxito. También es cierto que han sido las más estudiadas y analizadas por varios expertos vitólfilos. (*3).
Afortunadamente, con el paso del tiempo, los amantes de la vitolfília hemos ido aprendiendo a valorar y apreciar a estas anillas chinchales, incorporándolas con creciente interés a nuestras colecciones en lugar provilegiado. Fueron muchas las marcas chinchales que existieron, pero al tratarse de anillas poco vistosas y de tiradas pequeñas, muchas se han perdido para siempre, y de ahí su escasez y rareza. En definitiva, podríamos afirmar que hoy en día, el coleccionismo de este tipo de anillas está muy valorado y en franco crecimiento.
El fenómeno de los talleres chinchales no fue exclusivo de Cuba, sino que pronto salió de allí para propagarse por otros países como las Islas Canarias, Bélgica, Holanda, Brasil, Venezuela, México o los EE.UU., por citar algunos de los más representativos, y lo harían adaptándose a las características sociales, económicas y mercantiles de cada uno de ellos, así como a su desarrollo tecnológico e industrial, lo cual daría como resultado unas anillas de apariencia y características distintas de un país a otro, como también sucedió con el resto de anillas no chinchales.
Intentaré hacer un un breve repaso de sus características para los distintos países de procedencia, con especial énfasis para los chinchales cubanos, apoyándome sobre todo en las anillas que de esta tipología he podido reunir en mi colección.
Creo necesario aclarar que la decisión de encuadrar o calificar a una determinada vitola como chinchal la he hecho basándome en los escasos estudios hasta ahora conocidos (*3), como es el caso específico de los chinchales cubanos. Para el resto de procedencias las conclusiones están basadas en la mera observación y en el olfato vitólfilo, a falta del más mínimo soporte documental en el que poder apoyarse.
LA ANILLA CHINCHAL CUBANA.
Con demasiada frecuencia, el aspecto sencillo y poco vistoso de estas vitolas ha provocado su devaluación o incluso desprecio, al compararlas de forma grosera con las espectaculares vitolas de la edad de oro de la vitolfília, motivado por el desconocimiento o quizás a su descontextualización histórica, por ello es importante que el coleccionista, además de atesorar piezas para sus colecciones, estudie y se esfuerce en buscar lo que se esconde detrás de ellas, y a poco que lo haga comprenderá que la anilla chinchal cubana representa ni más ni menos que la esencia y el germen de su gran industria tabaquera, siendo merecedora de todo nuestro respeto y admiración.
Es de destacar que nuestros maestros, los grandes estudiosos de la vitolfília, siempre fueron grandes defensores de este tipo de anillas tan olvidadas y a veces infravaloradas.
Finalmente comentar que, aún siendo la sencillez una de las características más representativas de este tipo de anillas, existieron algunas marcas que decidieron adornar sus cigarros con auténticas obras de arte litográfico, por su indudable calidad, belleza y originalidad. Aunque las comparaciones son siempre discutibles, ya que resulta inevitable incorporar un cierto grado de subjetividad en su valoración, no cabe duda que estas vitolas chinchales están a la altura de las grandes piezas de la vitolfília, como podemos apreciar en la foto de la figura 3 donde se puede admirar una pequeña muestra de ellas.
Figura 3.- Selección de anillas chinchales de calidad, algunas de ellas no tienen nada que envidiar a otras de marcas prestigiosas. (*11) |
El nombre de las marcas chinchales cubanas son enormemente variados.
Desde nombres o apellidos, motes, iniciales o pueblos de sus fabricantes como:
Arteaga, Figueroa, Demetrio, Castroviejo, Pachín, El Rematero, Celedonio, Conuco de Perdomo, Wernardo, El Naranjito, El Teide, etc...
hasta términos populares, imaginativos y hasta ingenuos, como:
El Caminante, El Abuelo, Pirolito, La Fiesta, La Cachimba, La Cabañita, Mi Bohio, El Tinajón, Mi Fuma, La Casita Criolla, Farolito, Ultramar, El Reloj, Bigote de Gato, La Nautilus, El Loro, La Bombilla, y un larguísimo etc.
Gran parte de ellas no tienen representación gráfica ni dibujo alguno, solo texto, tanto en el óvalo central como en las alas, sin embargo otras lucen temáticas variopintas e imaginativas, como se puede apreciara modo de ejemplo en la foto de la figura 2.
La ubicación de estas fábricas dentro del territorio cubano es muy amplia y comprende prácticamente todo su territorio, no obstante la zona donde se dio la mayor concentración de talleres chinchales fue la Habana y la provincia de Pinar del Rio, que es donde se ubican las mejores plantaciones de tabaco del país, conocida como Vuelta Abajo.
A continuación, cito algunos de los pueblos más nombrados en las anillas chinchales, algunos de ellos con claras evocaciones a las islas Canarias:
Alquizar, Artemisa, Baracoa, Bayamo, Cabaiguan, Caibairen, Camajuani, Candelaria, Cárdenas, Cienfuegos, Consolación del Sur, Guanajay, Güines, Guira de Melena, La Habana, Manicaragua, Matanzas, Melena del Sur, Pinar del Rio, Placetas, Remedios, San Antonio de los Baños, San Juan y Martínez, Sagua, San Luis, Santa Clara, Santiago de las Vegas, Zaza del Medio.
LA ANILLA CHINCHAL CANARIA.
Solo con echar un vistazo a la apariencia de estas anillas chinchales, pronto apreciamos en ellas unas características muy similares a sus hermanas cubanas. No en vano fueron familias campesinas canarias, emigradas tiempo atrás a Cuba quienes, después de haber trabajado de vegueros y tabaqueros durante varias generaciones, regresaron a su patria chica a partir de finales del siglo XIX, y compraron tierras a terratenientes arruinados por la crisis de la cochinilla en la década de 1870 para plantar tabaco y elaborar sus cigarros.
Sus antepasados habían contribuido con su trabajo a situar al tabaco cubano en los más altos niveles de calidad y prestigio internacionales. Ahora, ellos hacían el viaje de vuelta a sus orígenes trayendo en su memoria aquellas técnicas de cultivo y elaboración tabaqueras aprendidas en Cuba, decididos a aplicarlas en sus Islas Canarias.
Así nacería la Industria del Tabaco Canaria, tomando como patrón el modelo cubano de modestos chinchales o talleres artesanales familiares que, partiendo del tabaco en rama, confeccionaban los cigarros puros artesanalmente, sirviéndose de utensilios básicos.
En aquellas fabriquitas canarias, casi en la clandestinidad, se torcían cigarros con tabaco en rama procedente de las mejores zonas de Cuba, que llegaba a los puertos canarios de Las Palmas o Santa Cruz Tenerife a precios muy competitivos, aprovechando las ventajas comerciales que supuso, a partir de 1852, la ley de Puertos Francos.
Mientras que Gran Canaria y Tenerife fueron las islas donde se desarrolló el grueso de la industria tabaquera canaria, en parte gracias a sus importantes puertos, sería la isla de La Palma la que albergó el mayor número de talleres chinchales y donde se dieron los mejores cultivos de tabaco canario, debido a la bondad de su clima templado y húmedo y a la calidad y características idóneas que, para el tabaco, tiene la tierra volcánica de la parte llana de la isla: Las Breñas, Mazo, El Paso o Los Llanos de Aridane. De hecho, según un informe interministerial de 1968 (*16), las primeras plantaciones de tabaco en La Palma se remontan a 1840, con la plantación de tabaco capero con semilla procedente de Cuba.
La gran mayoría de las anillas chinchales canarias fueron impresas en talleres o imprentas litográficas locales, de ahí su aspecto sencillo, poco vistoso, con ausencia casi generalizada de colores y relieves. Dos imprentas acapararon gran parte de las tiradas de anillas para la industria tabaquera
isleña, que fueron: las litografías de Romero (más tarde LARSA) en Tenerife, y Saavedra en Gran Canaria, aunque también se imprimieron en talleres litográficos de la península, sobre todo en Barcelona, como la imprenta de Narciso Ramírez Rialp (más tarde Heinrich), Rieusset, Oliver o Liacuna, por citar algunas.
Otras marcas más potentes e industrializadas dirigieron sus productos a la exportación, y por tanto adornaron sus labores con bellas anillas y habilitaciones impresas en litografías alemanas como la Hermann Schöt (H.S.) o a la Gebrüder Klingenberg (G.K.) entre otras, de las que el industrial tabaquero canario Nicolás Socorro Guerra era el representante exclusivo para todo el archipiélago.
ANILLAS CHINCHALES DE OTROS PAISES.Como ya se apuntó en líneas anteriores, el fenómeno de los talleres chinchales no fue exclusivo de Cuba, sino que salió de la isla para dispersarse por el resto de países. Hoy en día queda poco o nada de ese tipo de explotaciones tabaqueras familiares, apenas un puñado de ellas que viven del turismo o de la escasa demanda local.
Apenas podemos saber algo sobre su pasado a través de las escasas anillas chinchales que adornan nuestras colecciones o de alguna sucinta historia procedente de familiares lejanos que, ávidos por conocer la historia de sus antepasados, rebuscan en los recuerdos de algún lejano ascendiente aún vivo o en internet, como último recurso.
En países. como México, los Estados Unidos, Argentina, Países Bajos, Brasil, Filipinas y muchos más, sin duda existieron talleres chinchales que se irían adaptando a las características de cada país: legislación, industria, tecnología, etc, y en definitiva a su sociedad, dando como resultado las anillas que hoy podemos contemplar, aunque solo las podremos calificar o encuadrar como chinchales aplicando nuestro olfato y nuestra atenta observación, siempre corriendo el riesgo de equivocarnos en nuestro juicio, dado lo poco que sabemos sobre ellas. Y es así como he seleccionado las anillas chinchales que se ven en las distintas fotos que a continuación se incluyen.
En las fotos de las figuras 5 a 9 puede verse una selección de anillas de marcas de distintas procedencias que he considerado como chinchales. En ellas se observa que, dentro de su aspecto chinchalero similar al cubano o canario que ya hemos visto, poseen características propias, como por ejemplo el número de registro, presente en gran parte del vitolario mexicano o los formatos y diseños típicamente norteamericanos.
Las anillas chinchales de procedencia USA tienen características peculiares que las distinguen del resto (ver figuras 5 y 7). En ellas se aprecia colores mas variados y vivos, con diseños mas diversos y originales, resultado de factores coyunturales como la gran competencia existente, los gustos de los consumidores, etc.
Como dato histórico a tener en cuenta, decir que gran parte de las fábricas tabaqueras que se instalaron en Florida, primero en la ciudad de Cayo Hueso (Key West) a partir de 1870 y posteriormente en Tampa en 1885, fueron creadas por tabaqueros cubanos o españoles residentes en Cuba que trasladaron allí su tradición tabaquera artesanal, pero que rápidamente se tuvieron que adaptar a los requerimientos de un país como los EE.UU. inmerso en un enorme crecimiento económico.
En la figura 5, a nuestra izquierda, arriba vemos anillas dos anillas de la marca Gato, de aspecto semejante a un chinchal cubano, por ser su fabricante el cubano Eduardo H. Gato, uno de primeros tabaqueros emigrados a Florida (Cayo Hueso). A continuación, en esta misma figura 5, vemos dos típicas anillas chinchales de esta procedencia pero con una estética adaptada a los gustos y preferencias de este país.
Por último, comparando las dos anillas de la marca La Sinceridad, del fabricante González Mora y Cia., observamos cómo ha evolucionado: de su aspecto sencillo y poco brillante (chinchal), en la primera de ellas, a un aspecto mucho más lujoso en la segunda.
LAS VITOLAS CHINCHALES DE PROCEDENCIA NORTEAMERICANA |
Figura 9.- Anillas chinchales procedencia europea. (*11) |
Figura 10.- Algunas anillas chinchales de otras procedencias como Brasil, Argentina, República Dominicana, etc... (*11) |
Los talleres chinchales.
El origen del tabaco torcido.
La cuna de la industria del cigarro puro cubano.
Cuba y el tabaco fumado.
Los primeros que conocieron el tabaco y lo usaron fueron los indios americanos, fue Cristóbal Colón quién vio con sus propios ojos la manera en que "lo fumaban", como consta en las crónicas de sus viajes. Por tanto, en Cuba el tabaco estaba integrado en la vida de los indios y formaba parte de su cultura, aunque se desconoce si los indios ya lo cultivaban en sus huertos o sencillamente lo recogían silvestre; lo que si sabemos es que su principal uso fue el medicinal y el ceremonial (leer el capítulo sobre la ceremonia de la Cohoba). También parece constatado que los indios y los primeros esclavos negros fueron los que continuaron la tradición de fumarlo y cultivarlo en las haciendas de sus amos, pues según estos: "les quitaba el cansancio, y era cosa de negros".
El fumar cigarros puros (tabacos) estuvo siempre arraigado en la cultura popular cubana, pues se fue torciendo caseramente para el consumo interior de sus habitantes, pasando directamente de la cultura indígena a los esclavos negros y a los inmigrantes españoles. Fuera de Cuba no había torcedores expertos y en las naves era complicado y peligroso su fuma. Por tanto fuera de Cuba el tabaco se usaba mascado, fumado en pipa o aspirado en polvo (rapé).
Solamente en España, desde el siglo XVI, se fumó tabaco, pero realmente no podía considerarse como tabaco torcido ya que se desconocía la técnica de elaborarlo; se fumaban tubanos, como se llamaron en un principio, para luego llamarlos cigarros por primera vez en Sevilla, por su parecido a las largas colas de las cigarras o cigarrones de los campos andaluces. Luego, el término derivó en llamarse cigarro, puro para terminar finalmente en puro, al objeto de distinguirlo del cigarrillo, caricatura del cigarro envuelto en papel que seguramente nacido en Sevilla donde cambiaron la envoltura flexible de la hoja de maíz o plátano de los indígenas cubanos por la allí más habitual del papel, de ahí de nombres populares como: papeletas, papeletes, papelotes y papelillos.
Los talleres chinchales. El tabaco torcido sale de Cuba para conquistar el mundo.
Pero sería ya avanzado el siglo XVIII, a raíz de la conquista de la Habana por los ingleses en 1762, cuando el cigarro puro sale de Cuba definitivamente a conquistar el mundo. Los casacas rojas británicos conocen y fuman el preciado cigarro habano y lo exportan primero a los EEUU en su guerra de independencia de 1776 y de ahí sigue extendiéndose a través de la soldadesca en las distintas guerras napoleónicas, tanto en España como en el resto de Europa.
Los primeros talleres artesanales que podríamos considerar como chinchales surgieron en Cuba a principios del siglo XIX, aprovechando ubicaciones variopintas como: chamizos, bohíos, chozas o mismamente cualquier pieza del hogar. Allí se fabricaban tabacos de elaboración totalmente artesanal, basada en técnicas y conocimientos adquiridos y aplicados a las precisas operaciones a realizar con la principal materia prima imprescindible para fabricar un cigarro puro de calidad: el tabaco cubano.
En sus comienzos, los cigarros que elaboraban eran destinados al consumo familiar o del entorno social más cercano a ella, o bien a abastecer la demanda local del pueblo, pero sin el objetivo preestablecido de hacer negocio o comerciar con ellos. Según aumentaba la demanda, fueron aumentando la producción y pasaron a vender sus tabacos dejándolos en depósito en tenduchos, cantinas, tabernas, bodegas, porteros o vendedores ambulantes.
Muchos de estos chinchaleros trabajaban por cuenta ajena en pequeñas fábricas o talleres que, al terminar su jornada laboral, fabricaban sus propios tabacos en sus casas, ayudados por el resto de la familia y luego vendían el producto en tabernas o cualquier otra tienda local. También podían vender los puros procedentes del llamado derecho de fuma, que era una forma bastante habitual que tenían los propietarios de fábricas de cigarros de pagar o primar a sus operarios, mediante la asignación de un número o porcentaje prefijado de cigarros para su uso personal.
Así, con el paso del tiempo, se fueron creando y desarrollando una serie de oficios y operarios altamente especializados que aprendían los unos de los otros y competían por conseguir los mejores cigarros puros salidos de sus manos y por mejorar sus características, como sabor, aroma, suavidad, tiro, apariencia, etc. Estas habilidades eran consideradas como un tesoro a salvaguardar, y por ello solían protegerse para que solo ellos las conocieran, siendo transmitidas en secreto de padres a hijos. De ese modo nacieron estos oficios o especializaciones que luego se desarrollarían y perfeccionarían en las grandes fábricas de cigarros cubanas: escogedores, despalilladores, fileteadores, amarradores, torcedores, etc... . Ver capítulo Fases del Cultivo y Elaboración del Tabaco
Aunque, sobre todo al principio, debió haber muchos chinchales clandestinos (no registrados), y por tanto que no identificaban sus labores con anilla alguna, el resto se proveía de una licencia o permiso de actividad casera emitida por el Ministerio de Comercio Cubano que les permitía fabricar y vender sus productos dentro de la legalidad.
Anillando sus cigarros conseguían adornar sus productos, mejorando su seguridad y garantía para sus consumidores.
Estos negocios, cuando alcanzaban cierto éxito y su aceptación iba en aumento, aumentaban su producción y extendían poco a poco su radio de acción a barrios o pueblos cercanos, incluso llegando a traspasar la frontera de su provincia. Por ello, también mejoraban sus presentaciones con anillas de mejor calidad, incluso con el uso de dorados, relieves, retratos y otros motivos vistosos en su óvalo central.
Pero la propia licencia de actividad limitaba su crecimiento, al no poder contratar operarios ajenos al seno familiar, lo cual les colocaba al borde de la ilegalidad, siendo este el motivo de que la mayoría de chinchales no daban ese salto, quedando restringidos al ámbito local.
Según aumentaba la demanda de cigarros cubanos, las fábricas llegaron a estar al límite de su capacidad de fabricación, llegando a pedir a los chinchales que trabajaran para ellos con parte de su producción. Toda esta sobrepresión de la demanda en el sector del tabaco propició el fenómeno de la subcontratación o contratación subsidiaria, que inclinó a muchas familias residentes en ciudades grandes como La Habana o Santiago, y que nunca habían tenido relación con el mundo del tabaco, aprendieran el oficio, compraran unos cuantos fardos de tabaco y se convertieran de la noche a la mañana en nuevos chinchaleros, trabajando para las grandes fábricas en sus casas o en talleres rudimentarios, bien elaborando integralmente cigarros o bien trabajando en alguna tarea concreta como despalillado, preparado de la hoja, etc... Esta forma de trabajo a destajo fue muy habitual en Cuba, Holanda y demás países tabaqueros en los periodos iniciales de gran crecimiento del sector.
Aunque la mayor parte de los trabajadores del sector tabaquero (vegueros, torcedores, etc) fueron hombres libres, la necesidad de mano de obra llevó a algunos empresarios a buscar operarios baratos y manejables, pero no esclavos, para que pudieran echar una mano en determinadas tareas, y lo encontraron en determinados colectivos como los presos de las cárceles, la soldadesca de los cuarteles o determinados colectivos étnicos como chinos o negros que por su situación social y económica se adaptaran al trabajo en las fábricas de tabaco. De hecho, aún conservamos el término galera para designar a las naves de las fábricas de tabaco, y que evoca a aquellas tabaquerías carcelarias de la Habana del sigo XIX.
Resulta muy ilustrativo la descripción que hace el escritor y cronista de Cuba, Samuel Hazard en el capítulo X de su libro Cuba a puma y lápiz (*4) donde entre otras cosas describe la visita a la fábrica La Honradez, de Luis Susini, y de sus comentarios sobre los operarios chinos en sus galeras de fabricación de cigarrillos.
Con el paso del tiempo, un buen número de chinchales se registraron como fábricas y dieron el salto a la fabricación industrial, pasando a constituirse en pequeño taller o fabriquita. Esta evolución y crecimiento de algunas marcas chinchales les condujo a su transformación en auténticas industrias tabaqueras, llegando alguna de ellas a convertirse en marca de prestigio mundial, como fue el caso de Francisco Álvarez Cabañas, que ya en 1818 tenía dos chinchales registrados en el Libro de Matrículas de la Habana, y que poco después fundará la famosa fábrica Hija de Cabañas y Carvajal, o Jaime Partagas y Rabell, que en 1845 fundó su famosa marca La Flor de Tabacos Partagas, que más tarde pasaría a manos del asturiano Ramón Cifuentes, o finalmente C. R. Mauri, ya en 1918, que funda la marca El Crédito, aprovechando una de las muchas crisis del cigarro que afectaban a la exportación de las grandes marcas cubanas y logrando introducir sus cigarros en el mercado gracias a su calidad y bajo precio.
Un "tabakstripperij" en s-Hertogenboch. 1912. (*10) |
Pero los talleres chinchales no son un fenómeno exclusivo de Cuba, como ya se ha apuntado líneas atrás, pues pronto se exportó y propagó por otros muchos países, como las Islas Canarias, Bélgica, Holanda, Brasil, Venezuela, México, EE.UU, etc... siendo por su relevancia en la historia del cigarro puro y de la Vitolfília, por lo que este tema se aborda con suficiente detalle en secciones específicas:
Como hecho histórico de gran relevancia, es de resaltar el viaje de ida y vuelta que realizaron los campesinos cubanos de origen canario, conocidos allí por los isleños o los vegueros isleños. Llegados a la isla a partir de las postrimerías del siglo XVI, después de trabajar en sus tabacales o vegas durante generaciones donde aprendieron los secretos de las plantaciones de tabaco y la elaboración de cigarros puros, regresaron al país de nacimiento de sus antepasados a partir de la década de 1870, compraron las fincas de los terratenientes arruinados por la crisis de la cochinilla al objeto de cultivar tabaco, poniendo en práctica los conocimientos adquiridos al otro lado del Atlántico.
Estas fábricas chinchales tuvieron una especial relevancia en la isla de La Palma, ya que muchos de estos emigrantes que partieron a Cuba procedían de esta isla, y las fértiles llanuras volcánicas de Breña Alta, Breña Baja, Santa Cruz de La Palma, Mazo, El Paso y Los Llanos de Aridane tenían bastantes similitudes con las vegas cubanas, tanto en el clima como en el suelo.
Por dar una idea de datos y cifras oficiales, decir que en 1861 existían en La Habana y sus barrios extramuros 516 tabaquerías de todas clases en las que trabajaban 15.128 operarios, que se calcula sostenían con su trabajo a unas 45.384 personas . De la citada cifra de 516 tabaquerías, solo 158 podían ser consideradas como de 1ª clase (50 o más operarios cada una).
La fabricación de cigarrillos también ocupaba a un número importante de obreros, a saber: 38 fábricas de todos los tamaños deban trabajo a unos 1.350 obreros, mientras que entre los cuarteles y presidios laboraban otros 950.
Por tanto, la elaboración de tabaco daba empleo directo solo en la ciudad de La Habana a unos 17.428 sobre una población total censada de 110.000 habitantes (un 16% de la población), dichas cifras nos dan una una idea de la importancia de la industria del tabaco que ya en 1861 tenía en la capital de la isla y por extrapolación en resto de Cuba.
El declive de la industria tabaquera cubana.
Según iba creciendo la demanda de cigarros y cigarrillos, la industria tabaquera se fue especializando y mecanizando paulatinamente, aprovechando las innovaciones tecnológicas que iban apareciendo, como la máquina de vapor, las máquinas despalilladoras, etc... aunque algunas operaciones como el escogido o el torcido resistirían durante muchos años la odiada mecanización.
Si, por una parte fueron reduciéndose operarios en algunas de las operaciones, por el otro se necesitaban cada vez más torcedores y escogedores expertos, que eran muy buscados y bien remunerados.
La imparable y creciente industrialización y mecanización de los procesos tabaqueros, junto con la irrupción de capital extranjero dirigido mayormente a aumentar y abaratar la producción para aumentar los beneficios, fue apoderándose de muchas marcas cubanas, algunas de ellas de gran prestigio, como Bock, Hija de Cabañas y Carvajal, La Corona o La Legitimidad, vease capítulo sobre el desembarco del capital norteamericano en Cuba.
Una buena parte de fábricas agrupadas en los entonces en los conocidos como los independientes plantaron cara y resistieron hasta el final a estos poderosos trust financieros capitaneados por Gustavo Bock y sus empresas tapaderas, como por ejemplo el rebelde Pepín Rodríguez y su marca Romeo y Julieta.
Finalmente, esta compleja situación unido a la creciente crisis del tabaco terminó dando al traste con la mayoría de las pequeñas fábricas chinchales que hasta ese momento habían resistido, quedando relegadas a la mínima expresión.
En la actualidad, parece que la demanda de cigarros puros auténticos, de elaboración artesanal, hechos con un buen tabaco, vuelve a resurgir, apareciendo emprendedores con iniciativa que abren tallercitos, a los que podríamos calificar como nuevos chinchales, en ciudades tabaqueras históricas como Key West, Tampa, Las Breñas (La Palma) o La Habana, que aprovechando el tirón del turismo cultural tan de moda en nuestros días, ofrecen un producto tan apreciado antaño como los auténticos cigarros puros salidos de los talleres chinchaleros.
Los vegueros. los verdaderos artífices del tabaco cubano.
Los inicios del cultivo.
A finales del siglo XVI ya se cultivaba tabaco en vegas o tabacales cercanas a la Habana. Serían colonos españoles (la mayoría canarios), conocidos como vegueros isleños, quienes comenzaron a cultivar de modo individualizado y artesanal pequeñas huertas de subsistencia donde el tabaco se plantaba para consumo propio o para ventas locales. Los cultivos fueron extendiéndose por otras las vegas cercanas empujado por la creciente demanda de tabaco cubano desde Europa.
Ya en 1610 hay textos que citan plantaciones en las márgenes del río Almendares, cerca de la Habana. (*1)
Pronto comenzaron las primeras exportaciones ultramarinas de tabaco, primero mediante ventas al pormenor a los tripulantes de las flotas que regresaban a España, para más tarde venderlas a mayor escala a contrabandistas, piratas o intermediarios que las embarcaban en sus barcos para hacer jugosos negocios de reventa clandestina.
Los primeros textos que se tiene noticia referentes a a grandes exportaciones de tabaco de la Habana aparecen en 1626 a través de unas denuncias secretas contra el Gobernador Cabrera, a quien se le acusaba de haber enviado a Canarias un cargamento de tabaco sin la oportuna licencia de la Casa de Contratación de Indias con la intención de realizar con él lo que se conoce como un trasbordo, artimaña muy utilizada en los puertos españoles para esconder los cargamentos de las naves llegadas de ultramar y derivarlos fuera del control de las autoridades para el contrabando. (*1). P.403
El conflictivo uso de las tierras de cultivo por los vegueros.
Desde el mismo momento del descubrimiento americano, la ocupación de tierras originó una serie de conflictos y disputas permanentes surgidos por la lucha de intereses entre La Corona Española y los colonizadores, siempre con los vegueros en el centro de las disputas, pues no hay que olvidarse que llegado un momento, estos molestos campesinos usurpadores de las tierras de los terratenientes, como estos últimos los consideraban, resultaban imprescindibles para la generación de la riqueza que la metrópoli recaudaba en forma de hoja de tabaco.Pero analicemos este fenómeno histórico con algo de profundidad.
El reparto de las tierras americanas conquistadas se hizo mediante la ejecución de un conjunto de figuras legales ya usadas en España en la ocupación de las regiones recién conquistadas a los árabes, y cuya finalidad era ordenar el uso y dominio del territorio como: concesiones, vecindades, mercedes, tierras de realengo, regalías de la Corona, intentando con ellas frenar o limitar en lo posible los abusos y los señoríos. Y para ello, las tierras recién descubiertas fueron consideradas Regalía de la Corona, por tanto las concesiones efectuadas por el rey solo implicaban «un uso y disfrute condicionado, revocable o decaedizo por incumplimiento de los requisitos». Además, las concesiones estarían sujetas a la vecindad, es decir a la necesaria residencia durante un número determinado de años y a la posterior confirmación real, que en estos primeros años significaba la reafirmación de la potestad del soberano, quien reconocía en última instancia la merced otorgada sin su autorización y ordenaba la revocación de las concesiones que no hubiesen sido confirmadas.
Aunque desde un inicio la Corona trató de reglar este proceso de reparto de tierras, la lejanía de la metrópoli hizo posible que los poderes locales actuaran con cierta autonomía y allanó el camino a las confusiones y usurpaciones. La abundancia de terrenos y la falta de pobladores facilitaron que en los primeros tiempos apenas se tuviese presente el derecho real, permitiendo que «los gobernadores y los Cabildos de las ciudades las pudiesen repartir y repartieren a su voluntad entre los vecinos».
Aunque estas prerrogativas fueron cortadas en los virreinatos en el transcurso del siglo XVI, en las Antillas (Cuba entre ellas) los cabildos mantuvieron la facultad de los repartos de forma unilateral. En el caso concreto de Cuba, dichas competencias les fueron reconocidas por las Ordenanzas Municipales, redactadas en 1574 por el oidor Alonso de Cáceres, conocidas por las Ordenanzas de Cáceres (*8) aunque curiosamente no fueron promulgadas hasta 1640, momento en que dichas normas pasaron a regular las concesiones de terrenos, sus límites y dedicación productiva, revistiéndolas de legalidad para el futuro pero sin corregir las usurpaciones anteriores, en línea con la pretensión de los terratenientes de asegurar sus posesiones de forma permanente. (*6)
Contrariamente al cultivo latifundista y esclavista del azúcar o las explotaciones tabaqueras del sur de los Estados Unidos, en Cuba el fenómeno de los vegueros hizo posible que su explotación se llevara a cabo en su mayoría en régimen de pequeña propiedad, basado en cultivos individuales (familiares) pero dado la falta de seguridad jurídica en la adjudicación y propiedad de las tierras, se vieron envueltos (acorralados) entre dos poderosos intereses: los terratenientes propietarios de las tierras apoyados por los poderes locales de la isla (caciques, alcaldes, jueces, etc), interesados en mantener sus propiedades a toda costa y el Gobierno (la Monarquía Española) interesada en que continuaran los cultivos de tabaco para así poder abastecer la creciente demanda de tabaco y de paso obtener jugosos beneficios.
Así, en sus inicios, la ocupación de los terrenos por parte de los vegueros no fue demasiado conflictiva, ya que la mayor parte de las tierras eran grandes propiedades infraexplotadas (improductivas), la mayoría latifundios ganaderos con animales en semilibertad, por lo que eran compradas o arrendadas a los terratenientes, mientras que en otros casos se ocupaban los terrenos aprovechando la casi total ausencia de delimitación de las fincas, que solían ser circulares a medir desde un determinado punto marcado por un sencillo palo, piedra o mojón, lo que daba lugar a grandes extensiones de tierras consideradas como realengas donde la Corona permitía su libre utilización siempre que fuera para un uso productivo.
Los vegueros y el cultivo de tabaco en el punto de mira de los poderes económicos y políticos.
Después de una serie de decisiones contradictorias y cambios de rumbo, desde las prohibiciones de Felipe II a las restricciones comerciales de Felipe III, finalmente la Corona Española se convenció del gran negocio que supondría para sus arcas la fiscalización de semejante riqueza y en 1636, el tabaco pasó ser considerado objeto económico prioritario, por lo que se declara su cultivo como "Regalía de la Corona" y se establece oficialmente el Estanco del Tabaco en todas las posesiones de la Corona de Castilla mediante la promulgación de la Real Cédula de 28 de diciembre de 1636. El tabaco había entrado de lleno en el juego económico, quedando sujeto desde entonces a los grandes poderes económicos y políticos, así como a merced de los vaivenes e intereses de los gobernantes del momento.
Desde ahora los vegueros cubanos estaban obligados a entregar la totalidad de su cosecha de hoja de tabaco a los funcionarios de la Corona o a aquellos a quienes se había arrendado su administración, para proceder a su envío y entrega a las fábricas y molinos de la península donde se procesaría para su comercialización hacia los distintos mercados europeos. A estos efectos, se designó el puerto de La Habana como el enclave estratégico principal para el almacenamiento y embarque de toda la hoja de tabaco recolectada con destino a la metrópoli.
Durante el periodo que estuvo vigente el Estanco del Tabaco y los distintos Arrendamientos de su Renta, entre 1636 y 1831, los vegueros debían vender sus cosechas de tabaco al Estanco en las condiciones fijadas por los funcionarios del citado establecimiento. Esta norma de obligado cumplimiento, que aparentemente dotaba de cierta seguridad a los campesinos, fue el desencadenante de las inevitables consecuencias asociadas a cualquier estructura monopolista y restrictiva como: corrupción y contrabando.
Así proliferaron por doquier los molinos clandestinos y las ventas fraudulentas, donde estaban involucrados vegueros, alcaldes, contrabandistas, etc..., incluso los mismos funcionarios de la Administración del Estanco, todo ello a pesar de las fuertes penas a las que se exponían.
En este periodo se produjeron continuas revueltas, conocidas como la sublevación de los isleños, la mayoría promovidas por vegueros canarios (conocidos allí como isleños), que luchaban por la propiedad de sus tierras y por conseguir un precio justo para sus cosechas. Las más importantes se dieron en 1717, 1720 y 1723.
Sobre 1830, una vez resuelta la problemática sobre la propiedad de las vegas, las luchas entre hacendados y vegueros prácticamente habían desaparecido.
Parte de ellas pasaron a manos de los dueños de las haciendas en que se hallaban, mientras que otras quedaron en poder de sus ocupantes.
En realidad, solo quedaba un reducido número de terratenientes que se obstinaban en impedir nuevas siembras de tabaco en terrenos que consideraban suyos, dado el auge que estaban alcanzando las industrias tabaquera y cigarrera, lo cual confirmaba lo provechoso del cultivo de tabaco para todos. (*6)
Como continuación de la política monopolística y centralizadora de la monarquía borbónica española, el 18 de diciembre 1740 se promulga una Real Cédula por la que se constituye la Real Compañía de Comercio de La Habana a la que se le otorga el monopolio del comercio de tabaco, azúcar y otras materias primas producidas en la isla.
La Real Compañía no sirvió para controlar la fuga de impuestos sobre el tabaco que suponía el creciente contrabando, molinos clandestinos, etc.. Solo sirvió para que unos pocos privilegiados hicieran grandes negocios.
Consideraciones finales sobre la importancia del tabaco en Cuba.
El tabaco supuso una gran prosperidad para el pueblo cubano, a diferencia de otras fuentes de riqueza como la caña de azúcar que, estando orientada a la superproducción y necesitando de una potente inversión externa en maquinaria e instalaciones, originó una agricultura de esclavos o campesinos esclavizados que malvivían hacinados dentro de los ingenios.
Con el tabaco, no ocurrió nada de esto; su cultivo y posterior industrialización constituyó una fuente de riqueza y prosperidad que daría lugar a la creación una clase media de campesinos libres, obreros especializados y pequeños y negocios rurales por toda la isla, que atrajeron la inversión extranjera, proporcionando trabajo y sustento a un buen número de emigrantes de todas las nacionalidades.
Para hacerse una idea de esta prosperidad, solo recordar que la primera línea de ferrocarril en Cuba, La Habana-Bejucal-Güines, fue inaugurada en 1837, adelantándose casi once años a la primera línea de la misma España peninsular, que fue Barcelona-Mataró.
No hay más que observar el asombro y admiración reflejada con todo lujo de detalles en las crónicas de los primeros viajeros (turistas) que arribaron a La Habana en el transcurso de la segunda mitad del siglo XIX. Todos ellos describieron una ciudad rica, bulliciosa, llena de vida y alegría por todas partes, aunque ciertamente algo provinciana y de costumbres ajenas para ellos.
Les extrañaba la ausencia de chimeneas fabriles, de humos y nieblas insanas, como ocurría en el Londres, París o Nueva York de aquellos años. También destacaban el gran tamaño de la ciudad, su belleza y autenticidad, el buen entramado urbano, con sus calles rectas y ordenadas, pero sobre todo la frenética actividad mercantil con numerosas tiendas de todo tipo a uno y otro lado de la ciudad, subrayando especialmente la gran cantidad de tabaquerías y chinchales. A modo de ejemplo, cito un texto de X. Marmier en 1851. (*9):
« No hay calle en la Habana donde no se encuentre alguna tabaquería; en cada una de ellas hay veinte, treinta, cuarenta o más trabajadores, divididos en varias secciones, cada una de las cuales tiene su ocupación especial»
Pues bien, una buena parte de la prosperidad que observaron aquellos primeros turistas llegados a Cuba en la segunda mitad del siglo XIX, se debió en gran medida a la riqueza que estaba proporcionando el tabaco.
Los vegueros junto a los talleres chinchales fueron los pilares sobre los que se construyó el camino de éxito de la industria del tabaco cubano, hoy considerado por todos el mejor del mundo.
FUENTES DE INFORMACIÓN (*)
(*1) Contrapunteo cubano del tabaco y del azúcar. Autor: Fernando Ortiz.
(*2) El tabaco en la periferia. Autor Jean Stubs.
(*3) Revista A.V.E. Aproximación apasionada al mundo del chinchal cubano. Autor: José Luis Calvo Bou. A.V.E. nº 1102 y revistas A.V.E. núm. 224, 225, 227, 228.
(*4) Cuba a pluma y lápiz: la siempre fiel isla. Autor Samuel Hazard. Capítulo X. Ed. 3ª, en castellano. 1873. Puede leerlo en Internet, en The Open Library.
(*5) La ciudad de La Habana y el tabaco a comienzos del siglo XIX. https://www.redalyc.org/jatsRepo/2744/274454797014/html/index.htm.
(*6) Tabaco. Su historia en Cuba. Tomo II. Academia de Ciencias de Cuba. La Habana. 1965 Autor: José Rivero Muñiz
(*7) Revista de Investigaciones de Historia Económica / Economic History Research (IHE-EHR). Artículo-220721-1-10-20190211. Las tierras del rey: reclamos y conflictos.
(*8) Las Ordenanzas de Cáceres (1574). Aproximación a San Cristóbal de la Habana: http://cubarte.cult.cu/periodico-cubarte/aproximacion-san-cristobal-de-la-habana-las-ordenanzas-de-caceres-1574/
(*9) Cartas sobre la América, 1851, Tomo II, Pag.85. Autor: Xavier Marmier.
(*10) La industria familiar en los Países Bajos en el siglo XIX. http://blog.seniorennet.be/toekan/archief.php?ID=138640
(*11) Colección del autor.
(*12) Universidad de Miami. Librería de colecciones digitales. Litografías de Federico Mialhe, paisajista y científico italiano, 1810-1881. Isla de Cuba Pintoresca.
(*13) Tarjetas postales antiguas. Tomadas de portales de venta de objetos de coleccionismo.
(*14) Realengos en Sancti Spíritus: la historia contada por mapas del siglo XVIII http://www.escambray.cu/2015/realengo-en-sancti-spiritus-la-historia-contada-por-mapas-del-siglo-xviii/
(*15) Libro de Oro Hispano-Americano. Cuba. 1917. Pág. 281.
(*16) La opción agrícola e industrial del tabaco en Canarias. Autor: Santiago de Luxan y Menéndez
(*17) Tabaco e Historia - Los tainos y la cohoba. Autor: Lic. Bernardo Vega.
(*18) Blog Cultivo de tabaco en Cabaiguan. http://micabaiguan.blogspot.com/2014/10/el-cultivo-del-tabaco-en-cabaiguan_78.html
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